El método de la melancolía
J. G. Ballard, considerado uno de
los más grandes escritores británicos del siglo XX, cuenta en su autobiografía que hacia 1941 la ocupación japonesa de
Shanghái cuando era sólo un niño le reveló la insustancialidad sobre la cual
reposa toda realidad. De alguna manera, su permanencia en los campos de
concentración (historia que narra en El
Imperio del Sol) antes de su irrevocable exilio en Gran Bretaña, de donde
eran oriundos sus padres, disolvió de una vez y para siempre ese barniz que
para él emboza la vacuidad que está detrás de lo que la mirada cotidiana percibe
como real. Esa visión coagularía más tarde en la atmósfera hondamente lírica,
en esa entropía melancólica que compone sus textos de ciencia ficción; género
para el que Ballard significó tanto una renovación como una superación
definitiva.
A
la misma generación que Ballard pertenece el escritor Rudy Kousbroek (1929-2010), quien comparte además con aquél el destino de haber sido víctima de
la ocupación japonesa cuando su residencia natal, la Isla de Sumatra,
perteneciente por entonces al territorio colonial de las Indias Orientales
Neerlandesas, fue invadida. Al parecer, esta experiencia impulsaría luego la
escritura de El síndrome del campo de
concentración de las Indias Orientales (1992), considerada la obra cumbre
de este reconocido ensayista holandés.
La narración de la experiencia es
asimismo la obsesión detrás de la construcción de los excéntricos ensayos
incluidos en esta antología publicada por Adriana Hidalgo, en la que Kousbroek es traducido por primera vez al español.
Exponentes de su obra tardía, los cuarenta textos aquí compilados cultivan un
formato que el mismo autor llamó “fotosíntesis”, subgénero ensayístico que
integra fotos en blanco y negro y escritos breves. Tal como si primara una
necesidad de sutura, este formato parece responder a un intento forzoso del
sujeto por amalgamar ese desfasaje, hijo del tiempo, que el exilio (agravado
aquí por la definitiva desaparición de la colonia holandesa, ahora Indonesia) deja
aún más en evidencia.
En tanto el pasado es siempre
inasible, la fotosíntesis (en la que la foto es el elemento “seco” al tiempo
que la escritura intenta restituir el devenir de lo efímero) encarna en sí la
operación de la melancolía: “la emoción está disponible, pronta a adherirse a
un objeto, basta que sea inalcanzable. Si el objeto original no está
disponible, otra cosa puede ocupar su lugar (…) La nostalgia se presenta
entonces casi como una estructura vacía que uno puede rellenar a su antojo, y a
veces parece que no importa demasiado con qué.” Como todo deseo, siempre sin
objeto, la escritura se mueve aquí por el anhelo del viaje en el tiempo, sólo
posible en la ciencia ficción. Por eso, habitar ese “más allá” sin tiempo es
para Kousbroek la prerrogativa más envidiable del animal.
La reconocida imposibilidad de
conciliar esa tríada inestable que conforma el sujeto que escribe, aquél de la
experiencia originaria y el recuerdo es un problema que aparece reflejado en la
cuidada selección de las fotos. La reflexión ensayística en la que la
experiencia del pasado del autor busca inscribirse como escritura se inicia
siempre con el análisis de imágenes de diferentes momentos históricos, cuya
extrañeza por momentos radical las hace “fotos imposibles”: una campana gigante
cubierta por vegetación en unas ruinas de India, un banco solitario y
estropeado en la cima de una montaña, un mingitorio en la vía pública de París,
la repetición de mobiliarios que, llevada al absurdo, expone con claridad
prístina la mecánica alienante de la serialización moderna. Son imágenes
extrañadas por medio de las cuales el autor ensaya un ejercicio de
significación de sus recuerdos de infancia en Sumatra y de juventud en París.
Es, en efecto, la duda sobre el
estatuto siempre incierto de toda realidad lo que parece detonar la exploración
de las posibilidades siniestras de las imágenes. La idea de Kousbroek de que
toda realidad no puede ser sino “provisional”, hasta tanto la repetición
ominosa de algunos factores no ratifique su “esencia”, es precisamente lo que
conduce a una percepción de la irrealidad de lo real. En este contexto, la
exposición de la artificialidad y la ruina funcionan (al igual que en Ballard)
como imágenes que construyen atmósferas oníricas, surrealistas, naturalmente
desestabilizantes de todo sentido.
Como en una película de Fritz
Lang o en una novela de Julio Verne, compara con insistencia Kousbroek,
apreciar a través de una foto antigua lo colosal de la técnica moderna en sus
inicios, cuando nuestra visión no era aún presa de la automatización, supone
volver a ver al desnudo la artificialidad en ocasiones precaria del universo
diario. En aquellos momentos en los que el Zeppelin se incendia majestuosamente
en el firmamento o el barco más lujoso del mundo se muestra hundiéndose en el
cauce del río Hudson, el universo de Kousbroek raya bien de cerca el territorio
de la ciencia ficción; hecho nada casual, si se tiene en cuenta que la
degradación entrópica propia de sus ficciones hace que en ellas esté siempre
presente el deleite amargo de la melancolía.
Publicado en el suplemento cultural "Señales" del diario La Capital (01-09-13)
No hay comentarios:
Publicar un comentario