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viernes, 11 de octubre de 2013

Sobre Rudy Kousbroek

El método de la melancolía

J. G. Ballard, considerado uno de los más grandes escritores británicos del siglo XX, cuenta en su autobiografía que hacia 1941 la ocupación japonesa de Shanghái cuando era sólo un niño le reveló la insustancialidad sobre la cual reposa toda realidad. De alguna manera, su permanencia en los campos de concentración (historia que narra en El Imperio del Sol) antes de su irrevocable exilio en Gran Bretaña, de donde eran oriundos sus padres, disolvió de una vez y para siempre ese barniz que para él emboza la vacuidad que está detrás de lo que la mirada cotidiana percibe como real. Esa visión coagularía más tarde en la atmósfera hondamente lírica, en esa entropía melancólica que compone sus textos de ciencia ficción; género para el que Ballard significó tanto una renovación como una superación definitiva.
A la misma generación que Ballard pertenece el escritor Rudy Kousbroek (1929-2010), quien comparte además con aquél el destino de haber sido víctima de la ocupación japonesa cuando su residencia natal, la Isla de Sumatra, perteneciente por entonces al territorio colonial de las Indias Orientales Neerlandesas, fue invadida. Al parecer, esta experiencia impulsaría luego la escritura de El síndrome del campo de concentración de las Indias Orientales (1992), considerada la obra cumbre de este reconocido ensayista holandés.
La narración de la experiencia es asimismo la obsesión detrás de la construcción de los excéntricos ensayos incluidos en esta antología publicada por Adriana Hidalgo, en la que Kousbroek es traducido por primera vez al español. Exponentes de su obra tardía, los cuarenta textos aquí compilados cultivan un formato que el mismo autor llamó “fotosíntesis”, subgénero ensayístico que integra fotos en blanco y negro y escritos breves. Tal como si primara una necesidad de sutura, este formato parece responder a un intento forzoso del sujeto por amalgamar ese desfasaje, hijo del tiempo, que el exilio (agravado aquí por la definitiva desaparición de la colonia holandesa, ahora Indonesia) deja aún más en evidencia.
En tanto el pasado es siempre inasible, la fotosíntesis (en la que la foto es el elemento “seco” al tiempo que la escritura intenta restituir el devenir de lo efímero) encarna en sí la operación de la melancolía: “la emoción está disponible, pronta a adherirse a un objeto, basta que sea inalcanzable. Si el objeto original no está disponible, otra cosa puede ocupar su lugar (…) La nostalgia se presenta entonces casi como una estructura vacía que uno puede rellenar a su antojo, y a veces parece que no importa demasiado con qué.” Como todo deseo, siempre sin objeto, la escritura se mueve aquí por el anhelo del viaje en el tiempo, sólo posible en la ciencia ficción. Por eso, habitar ese “más allá” sin tiempo es para Kousbroek la prerrogativa más envidiable del animal.
La reconocida imposibilidad de conciliar esa tríada inestable que conforma el sujeto que escribe, aquél de la experiencia originaria y el recuerdo es un problema que aparece reflejado en la cuidada selección de las fotos. La reflexión ensayística en la que la experiencia del pasado del autor busca inscribirse como escritura se inicia siempre con el análisis de imágenes de diferentes momentos históricos, cuya extrañeza por momentos radical las hace “fotos imposibles”: una campana gigante cubierta por vegetación en unas ruinas de India, un banco solitario y estropeado en la cima de una montaña, un mingitorio en la vía pública de París, la repetición de mobiliarios que, llevada al absurdo, expone con claridad prístina la mecánica alienante de la serialización moderna. Son imágenes extrañadas por medio de las cuales el autor ensaya un ejercicio de significación de sus recuerdos de infancia en Sumatra y de juventud en París.
Es, en efecto, la duda sobre el estatuto siempre incierto de toda realidad lo que parece detonar la exploración de las posibilidades siniestras de las imágenes. La idea de Kousbroek de que toda realidad no puede ser sino “provisional”, hasta tanto la repetición ominosa de algunos factores no ratifique su “esencia”, es precisamente lo que conduce a una percepción de la irrealidad de lo real. En este contexto, la exposición de la artificialidad y la ruina funcionan (al igual que en Ballard) como imágenes que construyen atmósferas oníricas, surrealistas, naturalmente desestabilizantes de todo sentido.
Como en una película de Fritz Lang o en una novela de Julio Verne, compara con insistencia Kousbroek, apreciar a través de una foto antigua lo colosal de la técnica moderna en sus inicios, cuando nuestra visión no era aún presa de la automatización, supone volver a ver al desnudo la artificialidad en ocasiones precaria del universo diario. En aquellos momentos en los que el Zeppelin se incendia majestuosamente en el firmamento o el barco más lujoso del mundo se muestra hundiéndose en el cauce del río Hudson, el universo de Kousbroek raya bien de cerca el territorio de la ciencia ficción; hecho nada casual, si se tiene en cuenta que la degradación entrópica propia de sus ficciones hace que en ellas esté siempre presente el deleite amargo de la melancolía.

Publicado en el suplemento cultural "Señales" del diario La Capital (01-09-13)

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